El brutal asesinato de Sara Millerey vuelve a evidenciar las consecuencias del odio en una sociedad transfeminicida

El asesinato de Sara Millerey es un duro golpe de realidad. Es otra muestra muy dolorosa de las consecuencias de la difusión de los discursos de odio y la violencia sistemática que estos provocan. Es una evidencia más de un problema estructural en el que los prejuicios, la intolerancia y el odio produce muerte y las instituciones son incapaces de garantizar seguridad para todos. 

Sara Millerey González Borja era una mujer trans de 32 años residente de la ciudad de Bello, en Antioquia, Colombia. Sara fue asesinada con violencia el fin de semana pasado. Su madre, Sandra Mileno Borja, la persona más cercana a Sara, dijo con profundo dolor tras su muerte: “Ella no le hacía mal a nadie, ella era un ser de luz”. Sin embargo, Sara hizo algo que molestó a algunos: se atrevió a ser visible, se atrevió a vivirse mujer en una sociedad que no quiere a las mujeres y menos aún a las mujeres trans. 

Los primeros reportes policiales señalan que Sara fue interceptada por personas aún desconocidas el pasado 4 de abril aproximadamente a las 6:00 de la tarde. Según el reporte, los agresores golpearon a Sara y le fracturaron los dos brazos y las dos piernas para después lanzarla al río. La aparente intención de las fracturas fue que no pudiera nadar o caminar para salvarse. A pesar de sus lesiones, Sara logró sujetarse de una rama y pedir ayuda a gritos. Al escucharla, personas que pasaban por la zona llamaron a los servicios de emergencia. 

Los bomberos de la ciudad de Bello lograron rescatar a Sara y trasladarla al Hospital La María en la ciudad de Medellín. Sin embargo, falleció unas horas más tarde a causa de la gravedad de las lesiones. Tras el fallecimiento de Sara, su madre compartió con el medio de comunicación El Colombiano que sus últimas palabras en camino al hospital de Medellín fueron: “Fueron ellos los que me lanzaron”. Aunque Sara no dijo exactamente quién, para su madre, a ella la mataron por ser una mujer trans.

Diversos colectivos LGBTQ+ y otras organizaciones sociales han denunciado el caso como transfeminicidio debido a la evidencia existente. No obstante, el caso no se ha clasificado como tal mientras la investigación continúa y las autoridades locales involucradas incluso se han referido a Sara por su nombre de nacimiento, negando así su identidad como mujer trans. El municipio de Bello condenó los hechos y ofreció una recompensa por información que lleve a la captura de los responsables que aún siguen libres. 

Lamentablemente, este no es un caso aislado en Colombia. El país, al igual que Brasil, México y otros países de Latinoamérica, se destaca como un destino peligroso para la comunidad trans. De acuerdo con datos de la organización Caribe Afirmativo, que trabaja en defensa de los derechos de la comunidad LGBTQ+ en Colombia, en lo que va del año se han registrado 25 asesinatos de personas LGBTQ+ dentro de Colombia de los cuales 15 eran personas trans. 

La indiferencia social también resulta alarmante. La alcaldesa de Bello, Lorena González Ospina, compartió un mensaje en sus redes sociales en el que dijo que “duele profundamente pensar que [el crimen atroz] ocurrió ante la indiferencia de muchos”. Y es que el ataque ocurrió posiblemente a plena luz del día y después, mientras Sara pedía auxilio y los servicios de asistencia estaban en camino, hubo quienes la grabaron en video sujetada a una rama para resistir la corriente del rio con sus extremidades quebradas y, en una falta absoluta de respeto y empatía, publicaron el video en redes sociales. 

La crueldad detrás del asesinato de Sara nos lleva a preguntarnos cómo es que este tipo de crímenes tienen lugar y cuál es el motor que impulsa estas acciones tan indignantes. La respuesta está casi siempre vinculada a la transfobia y esta transfobia, según los teóricos, tiene sus bases principalmente en el sexismo tradicional, el sexismo oposicionista y la inseguridad respecto a las normas de género. 

Pero ¿qué significa todo eso? A grandes rasgos, se basa en la creencia cissexista y heteronormativa de que los géneros son polos opuestos y comúnmente está acompañada de la creencia de la superioridad del género masculino sobre el femenino. Este tipo de creencias acompañadas de una educación que no fomente el respeto y la tolerancia son un caldo de cultivo para la violencia transfeminicida. En este escenario, las mujeres trans enfrentan una exclusión doble: no son vistas como mujeres reales y no cumplen con los altos estándares de masculinidad que la sociedad impone. 

El caso de Sara duele profundamente. Esperamos que su asesinato no quede impune y que este terrible antecedente promueva acciones en busca de proteger la integridad de todos, pero, especialmente, de las personas trans en Latinoamérica que se encuentran en una situación de gran vulnerabilidad. Ya hemos perdido demasiadas vidas preciadas y no queremos que sea ni una más. 

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